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POSVERDAD Y DEBATE

  • Juan David Vargas
  • 31 ene 2018
  • 4 Min. de lectura

Hace poco tiempo finalizó el VI Torneo Nacional de Debate – Bucaramanga 2017, quisiera hacer una breve reflexión sobre lo que el debate promete aportar a las discusiones públicas y lo que en definitiva está aportando. Cabe destacar un suceso que ocurrió al interior del Torneo nacional que acabamos de vivir y que motivó la inquietud que hoy pongo en consideración de quienes lean esta disertación. Transcurría el tercer día del Torneo en el que se disputaban las últimas rondas preliminares que dirían quiénes clasificarían a las etapas finales, lo que conocemos como pasar el break, y escuché de un gran amigo la siguiente afirmación: “Este año subió el nivel en la competencia (en lo que creo todos coincidimos) y se pasa el break con 13 puntos a diferencia del año pasado en el que se pasó el break con tan solo 11 puntos”.


No paré mientes en el dato aportado por quien considero un debatiente experto y capaz, y no lo hice por dos razones: i). Estaba enfocado en lo que serían las rondas de ese día, y ii). Al escucharlo lo creí cierto al instante porque la fuente me generó absoluta confianza. Terminó la primera ronda de ese día, entramos todos al auditorio a escuchar la siguiente moción, todos preguntábamos cómo nos había ido en el debate que acababa de pasar, con cuántos puntos se había cerrado el día anterior y ahí escuché nuevamente de boca de varias personas la afirmación que referí en líneas anteriores: “Se pasa el break con 13 puntos y no con 11 como el año pasado”. Durante todo el día se repitió una y otra vez dicha afirmación, hasta que cayó la noche y llegó la esperada break night.


El equipo de tabulación anunció los nombres de los equipos clasificados señalando la posición en la que se clasificó, los puntos de orador que como equipo se había logrado y, finalmente, la cantidad de puntos acumulados en las nueve rondas preliminares. El clasificado en la posición 32 tenía en su sumatoria la cantidad de 13 puntos, por lo que todos quienes repetimos el dato comparando este Torneo con el anterior pensamos que esto revalidaba la afirmación. Sin embargo, la nueva función de Facebook que recuerda las publicaciones hechas en la misma fecha en años anteriores fue quien me sacó del error: hace un año compartí el listado del break del Torneo anterior publicado en la fan page de la Liga Colombiana de Debate y en la que se lee claramente que la posición 32 clasificó con 13 puntos, la diferencia con este año es que en aquella ocasión cinco equipos lo hicieron con esta cantidad de puntos y en esta oportunidad tan solo dos lo lograron con igual número.


En definitiva, dijimos una mentira y a fuerza de repetición la creímos como verdad. A fuerza de repetición hicimos que un dato falaz se paseara por las bocas de quienes creemos practicar el debate como herramienta para combatir la posverdad, ese mal que mueve el debate público de nuestra época. Posverdad fue elegida por el Diccionario Oxford como la palabra del 2016[1] como consecuencia de su evidente utilización en recientes campañas electorales, la estrategia de campaña que llevó a Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, la que permitió el Brexit en Reino Unido, la que por poco le permite acceder a la ultraderechista Marine Le Pen a la Presidencia de Francia y la misma estrategia que confesó Juan Carlos Vélez fue utilizada en Colombia para lograr que el No se impusiera en el plebiscito celebrado en octubre. La estrategia sencilla de repetir mentiras que de tanto decirse fueran aceptadas como verdad y de esta manera persuadir al electorado hacia fines políticos determinados.


Después de lo que sucedió con estas campañas era fácil escuchar a muchos de quienes promovemos el debate académico, competitivo o no, decir que éste era el mejor medio para reconocer estrategias como la posverdad y hacerle frente mediante las múltiples bondades que se le atribuyen a la práctica continua del debate. Aunque sigo creyendo que lo que se enseña al interior de las Sociedades de debate puede contribuir a mejorar la calidad de las discusiones públicas, también considero necesario hacer una revisión de las prácticas que se promueven en el seno de éstas. Si quizá se está dando un mensaje contradictorio al pedir que se cuestione la veracidad de lo dicho por un personaje contrario a nuestra forma de entender el mundo pero a su vez debe aceptarse con total credulidad lo que opina quien se alinea con nuestra manera de darle sentido a la realidad.


Como corolario de lo anterior quisiera reiterar lo evidente: no debemos permitir que se acepte como verdad un dato falso que es aportado por alguien que respetamos y en que confiamos, así sea repetido por personas con idénticas calidades, pero solo podremos reconocerlo si nos tomamos en serio aquello de que argumento y argumentador son dos cosas que deben diferenciarse. Estamos en el justo momento de repensar el asunto considerando que ya se acerca la época en que la mayoría de Sociedades abren convocatorias a nuevos reclutas, se desarchivan los argumentos que muestran los beneficios de la práctica del debate competitivo y se empieza a repetir la frase que reza que el debate hace ciudadanos más críticos. Podemos hacer que esta frase se haga realidad o bien repetirla tantas veces que incluso sin que sea cierta, logremos que piensen que es verdad.

[1] https://elpais.com/internacional/2016/11/16/actualidad/1479316268_308549.html


 
 
 

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