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¿EL DEBATE CONSTRUYE PAZ? NO, PERO IGUALA EN EL CONFLICTO

  • Juan Lozano
  • 24 may 2017
  • 7 Min. de lectura

“Lo que nos enseñan a los colombianos no tiene nada que ver con las necesidades que tenemos los colombianos”.

Jaime Garzón Forero.


No sé si usted amigo lector lo habrá notado, pero si ha participado en torneos de debate competitivo (que son por excelencia eventos sociales para subir fotos y ampliar la cantidad de contactos de sus redes sociales), se habrá podido percatar de cierta tendencia que invade sus redes sociales y que sin más explicación que “el debate empodera a los jóvenes” se arroga como la salvadora del planeta.


Así es, es esa tendencia que hasta usted mismo se cree, pero que seguramente no ha comprobado, sencillamente porque los estudios sobre la materia escasean y porque todo el tiempo se le es repetido como dogma que poner a la gente a debatir hace que ésta sea menos violenta, que sea más tolerante, que sea más crítica… que hasta les cura el cáncer. Es posible también que usted mismo haga el ejercicio de creerla, adrede, para no sentir que en realidad asiste a esos eventos, no por el ánimo de mejorar el planeta, sino sencillamente por el deseo egoísta (para mí no reprochable) de ganar una competencia, viajar a lugares a los que seguramente no iría de no ser por esto, farrear o levantarse alguna vieja o tipo, entre otros.


Ya comienza uno a ver el auge de organizaciones en toda Latinoamérica de jóvenes que sienten que están revolucionando la pedagogía escolar, con un método que según ellos es la fórmula para la paz global. Héroes sin capa que inundan sus biografías de Facebook con fotos donde salen enseñando debate en colegios marginales (y a veces no tanto) aportando su grano de arena para hacer un mundo mejor. De hecho, ya aparecen estudiantes cuya proyección profesional completa (así es, sin ninguna otra) gira en torno al debate como “medio de transformación”; conozco algunos casos.


Dicho esto, ¿de verdad hay utilidad social (porque no cuestiono la individual, pues evidentemente muchos nos hemos beneficiado de esta actividad) en lo que hacemos? No pretendo dar una respuesta definitiva a esa pregunta. Este artículo no es un estudio riguroso para justificar con un matiz social algo que, la verdad, hago por gusto y diversión. Solo quiero dar mi punto de vista sobre una actividad que, para mí, en los estratos más bajos, sí podría llegar a tener un impacto positivo (aunque por supuesto, habría que comprobarlo con estudios). Me aburren los lugares comunes, y oír que todo el mundo repite las mismas frases (“el debate transforma”, “el debate hace ciudadanos tolerantes”,” el debate crea colombianos pacíficos”, “el debate hace personitas con valores”, “el debate desarrolla jovencitos críticos”, “un niño que argumenta nunca usará un arma”) para justificar ir a enseñar en colegios y universidades vírgenes lo que hacemos me llevó a cuestionar si todas esas maravillas del debate eran ciertas.

Leyendo un texto del reconocido filosofo marxista, Louis Althusser (tristemente recordado por estrangular a su esposa), se proyectó ante mí, si no una respuesta, al menos una pista de ella. En el ensayo, Althusser afirma lo siguiente:


(…) en la escuela se aprenden las “reglas” del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo agente de la división del trabajo, según el puesto que está “destinado” a ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden establecido por la dominación de clase. Se aprende también a “hablar bien el idioma”, a “redactar” bien, lo que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus servidores) saber “dar órdenes”, es decir (solución ideal), “saber dirigirse” a los obreros, etcétera [1].


A lo largo del texto, entre otras cosas, el autor explica cómo las escuelas occidentales (ha de entenderse las escuelas del sistema capitalista, ya que es un texto escrito en el marco de la guerra fría) están diseñadas para dotar de habilidades a los alumnos que les van a ser funcionales durante el resto de la vida según la división social del trabajo. A los hijos de los más adinerados se les enfatiza en la enseñanza de una buena redacción y en habilidades del habla, para que al ocupar cargos de poder sepan dar órdenes. Por el contrario, quienes estudian en escuelas marginales han de aprender a escuchar y ser disciplinados (a obedecer órdenes), porque esto asegura que, a futuro, sepan ejercer su rol de dominados sin cuestionarlo.


De ser cierta la teoría de Althusser, una forma de contribuir al quiebre de la practica pedagógica dominante, que segrega a las personas de clases bajas a nivel intelectual para que no cuestionen el orden de clases y para que se conformen con el lugar en el que nacieron según la división social del trabajo, es enseñar a argumentar, refutar y hablar.


La clase social en la que se nace no solo determina la capacidad de acceder a recursos o servicios de una manera más o menos difícil, sino que, sobre todo, dictamina desde la infancia formas de comportarse, de hablar o de entender el mundo. Las clases sociales como concepto han sido ampliamente estudiadas por sociólogos como Max Webber o Karl Marx y en su sentido más general, suelen referirse al sistema de estratificación originado en la posesión o carencia de medios de producción de la riqueza. Así, el sistema asigna al desposeído un lugar diferente al del propietario de tales medios. Y aunque los tonos grises (la clase media) son algo común en el sistema de clases, lo cierto es que la asignación de roles se acentúa en los dos extremos del sistema. No es de extrañar que las élites del debate a nivel global, vengan de instituciones tan prestigiosas, pero a la vez tan exclusivas (entiéndase como el antónimo de inclusivas) como Harvard, Yale, Oxford.


Por tanto, enseñar a los jóvenes de clases bajas a cuestionar órdenes, a pedir explicaciones, a refutar aquello con lo que no están de acuerdo, a argumentar sus propias posturas, no sé si contribuya con la paz –lo dudo– sino que por el contrario creo más bien que acentúa el conflicto. Pero en un sistema donde se le cercena la voz a los más desfavorecidos, es deber de quienes tenemos conocimientos darles herramientas para que puedan gritar, en igualdad de condiciones frente a los hijos de los más poderosos. Y creo que eso es lo que el debate puede aportar: ciudadanos que se cuestionen absolutamente todo. Dirá alguno: “La educación pública y otros programas del Estado ya contribuyen a igualar académicamente a los hijos de las clases altas y medias con los hijos de las bajas”. Eso es cierto. Pero lo es en un sector muy pequeño de la población, al menos en Colombia. Así, ningún esfuerzo por procurar despertar en las personas, y, sobre todo, en estudiantes de colegios marginales, la curiosidad, la capacidad de cuestionar o argumentar debe ser subestimado.


Decir que el debate creará ciudadanos más pacíficos y tolerantes para mí queda refutado con las experiencias que he tenido en este mismo medio. De hecho, enseñar a argumentar puede ayudar a fortalecer y radicalizar posturas que de otra forma serían justificadas solo con falacias. Sin embargo, sí creo que el debate competitivo puede ejercer una labor pedagógica importante en términos de lograr igualar la educación que reciben los niños y jóvenes de todos los sectores sociales. Por ejemplo, formatos como el Karl Popper, no solo enseñan a cuestionar sino a investigar, y eso, siendo fundamental en la formación intelectual de cualquier ser humano, no es algo que se suela incentivar de manera constante en los colegios oficiales.

Dicho todo lo anterior, para mí el debate, y sobre todo en ámbitos escolares marginales, cumple con la función social de igualar. De nivelar esa brecha que ya existe entre una clase social y otra. Quizá la forma más atractiva de venderlo a una institución es hablar del diálogo y la tolerancia (aunque no se haya comprobado que haga eso). Pero para mí se trata de usarlo, no para que los estudiantes de un colegio X (que suele ser un colegio privado o costoso) estudien en mi universidad, sino para de verdad transformar intelectualmente a quienes acceden a él. No digo que venderlo esté mal, enserio. Tampoco que implementarlo en los colegios para posicionar a una universidad en los alumnos (posibles futuros clientes de mi centro educativo) lo sea. Pero sí creo que puede ser usado para un fin como el de formar ciudadanía en los estratos más bajos, supliendo las carencias académicas de los colegios a los que el Estado no presta la mayor atención.


Debo admitir que llegaré a dudar de estudios realizados por personas inmersas en este medio, porque sencillamente creo que tienen un claro conflicto de interés. Casi todos los debatientes que conozco quieren demostrar lo mismo: que el debate cambia al mundo porque hace que la gente resuelva sus conflictos por otros medios. ¿Y si no? ¿Y si en realidad los empeora? A muchos se les derribaría el mundo con una comprobación semejante. Sin embargo, me alegrará leer que hacer esto sirvió para que los estudiantes del Colegio Distrital Estrella del Sur en Ciudad Bolívar les ganaran en debate a los alumnos del colegio Gimnasio Vermont. Esa debe ser una de las funciones pedagógicas más importantes de lo que hacemos: Igualar.


Adenda:

Si usted ha leído hasta acá, probablemente conoce el debate competitivo. Seguro sabe que no solo se trata de ganar debates. Se trata de ganar votaciones, de comentarios de pasillo, de alianzas, de roces entre universidades, de conflicto y de simulaciones de diplomacia, afecto y cordialidad. Marx expresó en el Manifiesto Comunista: “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”[2]. ¿Podría aplicarse –tal vez no de manera literal, pero sí de alguna forma, tal vez alegórica- tal máxima al debate en Colombia? Ahí se lo dejo….

[1] Althusser, L. (1989). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. La filosofía como arma de revolución, 102-151.

[2] Marx, C., & Engels, F. (2010). El manifiesto comunista (1a ed., 5a reimp.). Madrid: Akal.


 
 
 

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