SOCIEDADES DE DEBATE: UN BASTIÓN DE LA RAZÓN EN TIEMPOS DE LOCURA
- Felipe Rojas Riaño
- 4 may 2017
- 6 Min. de lectura

“La ignorancia y el oscurantismo en todos los tiempos no han producido más que rebaños de esclavos para la tiranía” E. Zapata
El debate ha sido una herramienta que muchos, como estudiantes y entusiastas de la competencia, hemos promovido y usado constantemente: cuando es posible y necesario a diario (como en las vísperas de un torneo) y por lo general semanalmente, durante los entrenamientos regulares de la Sociedad; éste es un espacio que se ha convertido para nosotros en una forma de vida, pues no se queda en la simple competencia sino que trasciende de las aulas y en sí misma cada conversación se puede tornar fácilmente en un debate. Y en ese ejercicio es muy grato ver que las estructuras lógicas y argumentales se van incorporando poco a poco a casi todos los ámbitos de la vida, desde la exigencia de sustentar cualquier postura con razones hasta la denuncia constante de las falacias que suelen meterse de cuando en cuando en las discusiones; muchos de nosotros ahora reconocemos y denunciamos errores que ni siquiera sabíamos que existían. Pero aun cuando este ejercicio se ha hecho imprescindible en la vida de muchos de nosotros, lamentablemente esto se queda en la burbuja de la academia en la que por lo general vivimos y discutimos, conocimiento aprisionado en salones, aulas y auditorios dispuestos para ello. El debate debería ser un ejercicio que va más allá, que democratice las aulas y llegue a quienes más necesitan herramientas de empoderamiento; sin embargo, no es de eso de lo que quiero hablar hoy, pues a continuación voy a hablar del ámbito en el que se supone que este ejercicio debería brillar y que hoy lo hace solo por su ausencia.
Actualmente (y desde hace mucho tiempo) resulta muy desagradable ver la forma en que se lleva a cabo la política nacional; el que debería ser un templo de la argumentación se ha convertido en el espacio en el que las mentiras se acomodan en la palabra y los sentires legislativos, particularmente en las épocas recientes gracias a la intromisión de la religión en la política. Dos hechos fundamentales me llevan a lamentar lo que ha sido la invasión de la política por parte de púlpitos decadentes. Por un lado la propuesta abiertamente discriminatoria por parte de la senadora “liberal” Vivian Morales, un referendo que se basa en prejuicios moralistas y un ethos de vida que si bien es respetable no puede ser imperante. Y aunque es entendible que sectores radicales sientan que su integridad espiritual está amenazada por las “dictaduras homosexuales” es propicio y necesario decir que el congreso, el espacio legislativo por excelencia no se ha vuelto más que un chiste en sí mismo con este tipo de iniciativas en donde descaradamente se miente y tergiversa la información para la formulación de políticas públicas que afectan a millones de ciudadanos, al punto de ser capaz incluso de citar erróneamente a propósito varios estudios científicos con el fin de dar validez a su desfachatez.
Pero junto a la incapacidad de dar debates de altura por parte de Vivian, donde al pedir audiencias públicas sus ponentes son o bien inexistentes o bien hombres de fe pero de familia muy poco, es curioso que en momentos decisivos (como esta semana, en donde se tendrá conocimiento si se da continuidad o no al proyecto) se empieza a vislumbrar que lo radical del referendo no va solo en contra quienes tenemos una sexualidad diversa, sino contra quienes prefieren no tener una familia “tradicional” de papá y mamá o a quienes la muerte los visitó pronto, pues se ataca también que personas solteras puedan adoptar, aun cuando la mayoría de los hogares colombianos están conformados por madres y padres solteros. Lo único que se le agradece a la senadora es la formulación de una pregunta tan impopular, pues dado que la modificación es imposible, nos ayuda a hacerle ver a la sociedad lo injusta y discriminatoria que resulta la medida.
Pero las propuestas por el cambio (o retroceso) social no se quedan solamente en atacar los derechos de las minorías, pues las iniciativas de estos pastores electorales parecen ser toda una épica intervención de quien sin mayores esperanzas no ha pasado el break y prefiere mofarse de la realidad que dar debates de verdad. Recientemente en cabeza del pastor autodenominado concejal de la “familia” (esa familia que no es mayoría en Colombia) Marco Fidel Ramírez ha propuesto en un sentido momento de reflexión y preocupación hacer algo en contra del acoso y el abuso que sufren las mujeres a diario y en medio de ese proceso y de su iluminado camino determinó que lo más óptimo era por supuesto tomar medidas radicales en donde solo quienes nacieran con vagina y se reconocieran como tal pudieran sentarse en el sistema de transporte público, todo un visionario.
Y nuevamente un espacio designado para deliberar con ideas y argumentos se queda en simples mentiras o falacias, donde lo atroz no solo se queda en ver cómo los concejales aplauden una medida sin sentido sino que la ciudadanía en medio de sus pasiones ni siquiera entiende qué hay detrás. Muchos aducen que se trata de una medida “feminista”, porque claro, si se hace algo por la mujer ya por defecto se es feminista, pero así como en los debates competitivos denunciamos abiertamente que se atacan las consecuencias y no las causas, así mismo pasa aquí. La razón del acoso y el abuso sexual contra las mujeres no está mediado por el roce inevitable que implica tomar un bus en horas pico, la razón fundamental radica en educar de forma machista y misógina a los hombres y con esto por supuesto se aclara que cualquier feminista con sensatez rechazaría la medida del pastor Ramírez, cuya miopía le hace ver los problemas bien distorsionados.
La formulación de políticas públicas recae entonces en tener un acervo argumental, verídico y verificable, entre otras tantas características que se necesitan para tomar decisiones óptimas; sin embargo, los escenarios formales de la política han transformado las razones en eslóganes emocionales (“la familia primero”, sin que ello se explique claramente), reduciendo a la democracia a votar por aquello que se opone a lo que no nos gusta personalmente. El proponer este referendo abiertamente discriminatorio y claramente misógino plantea retos gigantes no solo para quienes estamos día a día interesados en los debates importantes sobre temas de familia, género, identidad y tolerancia sino para los ciudadanos en general, que somos quienes tenemos la posibilidad de darle o quitarle poder para ejercer a estos congresistas y concejales. Idealmente, estos escenarios deliberativos deberían tener a las personas más idóneas para dicha labor, pero quién determina esto es un asunto espinoso; así como pasa en el parlamento británico, en donde existe un juez que emite un veredicto sobre la resolución de la moción, en el mundo real es necesario un mediador, un árbitro que pueda determinar quien cumple con las capacidad argumental para dar forma a las políticas que se debaten.
En el debate competitivo tenemos jueces que nos exhortan a mejorar y que a su vez nos dan su opinión del debate, así como de la calidad argumental y retórica de nuestras intervenciones. Ahora bien, sería muy osado pretender que un tercero sea quien regule los comportamientos del congreso pero aun así en pasados años y en la racionalidad de la estructura política se entiende que el congreso no puede y no debe tener potestad absoluta cuando se trata de incidir en decisiones tan radicales como lo son el modelo mismo de familia que se plantea desde el Estado. Tampoco podría recaer esta potestad absoluta en manos del pueblo directamente, pues ello constituiría una falacia ad populum en la que solo lo que digan las mayorías sería la verdad, mientras que los derechos de las minorías podrían verse aplastados por los prejuicios o intereses mayoritarios. Por fortuna, al menos en Colombia, instituciones como la Corte Constitucional han permitido que no se dé un retraso ni vulneración en derechos como quisieran los más radicales que a punta de "firmatones" y mentiras pretenden tomar la vocería por todos los colombianos. En un espacio que se ha visto invadido por las pasiones y la irracionalidad, como lo es actualmente el poder legislativo, es necesario rodear las acciones de la Corte para que no se vean deslegitimadas, siendo los ciudadanos que entienden el papel de la división de poderes y el respeto por las minorías como parte fundamental de la democracia los llamados a ser guardianes y veedores de los principios consagrados en la constitución y que fundamentan nuestra sociedad como son el respeto por la vida, por la diferencia, la libertad, la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad, entre otros.
Es todo un esfuerzo el que nos queda como sociedades de debate y como debatientes para, sin estar todos en el mismo espectro ideológico, tener al menos la capacidad de dar debates argumentados y lógicos desde la esquina que sea. Creo que ese es el factor fundamental para hacer de nosotros mejores ciudadanos, debatientes y demócratas que muchos de los que se arrogan la voluntad del pueblo para discriminar con el poder del Estado a todos aquellos que no comparten su ideología, su cosmovisión y sus intereses. En estos tiempos de locura, la democracia no es una conquista adquirida sino una lucha constante en defensa de nuestros principios, los de todos.
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