HARRY POTTER Y LA CÁMARA ALTA DE OPOSICIÓN
- Andrés Sastoque
- 11 abr 2017
- 6 Min. de lectura

—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy. —¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas. J.K. Rowling. Harry Potter y la Cámara de los Secretos. Capítulo XVI.
Hace poco tuve la oportunidad de adjudicar un debate cuya moción se formuló más o menos de la siguiente forma: “EC, siendo un padre de familia a cuyo hogar una lechuza trajo una carta de admisión para su hijo a Hogwarts, permitiría a dicho hijo asistir a esta escuela de magia”. Era tarde, éramos pocos, era el momento propicio para debatir una de esas mociones lejanas a la realidad; lejos de las coloridas drogas y el problema de legalizarlas, de la gris burocracia que ejecuta las políticas públicas, de aquel medioambiente que siempre necesita un salvador y de la constante pregunta sobre cuánto nos va a costar regalarle preservativos a toda esa gente.
Antes de empezar con lo que quiero decir debo admitir con pesar que el nuestro no fue el “típico debate estructura-agencia”, que en los selectos y exclusivos círculos del debate del centro de Bogotá parece constituir la más exquisita y revolucionaria vanguardia. No se debatió si la magia viene de mí o de mi escuela de magia, ni el grado en el que la casa en la que me arroja el Sombrero Seleccionador puede determinar mi afinidad con el lado oscuro. Si con esto Pierre Bourdieu se revuelca en su francesa tumba no me preocupa mucho; tal vez me desvelaría un poco conocer la opinión de Anthony Giddens al respecto, pero sinceramente no creo que le importe, por lo que –al menos por ahora– duermo tranquilo. Lo que me motivó a escribir sobre el asunto no fue entonces nuestro desamor por la innovación cincuentona sino la forma en la que justifiqué la adjudicación del tercer puesto en el debate para la Cámara Alta de la Oposición (CAO), asunto sobre el que vengo reflexionando desde hace un tiempo. Para que puedan entender a qué me refiero, voy a intentar resumir burdamente el debate, pidiendo perdón de antemano a los involucrados si omito alguna cosa o simplifico demasiado lo dicho.
La moción estaba redactada con ese condicional simple propio de las mociones políticas (“permitiría”) pero ante mí aparecía más como una moción valorativa: me preguntaba a mí, como padre de familia, por los criterios que habría de tener en cuenta para acceder o no a que mi hijo asistiera a una escuela de magia. La Cámara Alta de Gobierno (CAG) comenzó planteando que “el conocimiento es poder” y señaló como problemas algunos asuntos muy válidos (como el inminente peligro de un ataque por un señor oscuro, por ejemplo) así como otros menos relevantes (como el hecho de que los elfos enamoraran a las muchachas, tema que desconozco aun habiendo leído los siete libros de la saga), problemas difíciles que principalmente se podían enfrentar a partir de la educación mágica que solo la escuela podía brindar. Por su parte, la CAO realizó una labor refutativa bastante buena… quizá demasiado buena; en su afán por demoler el caso construido por la CAG, hicieron una lista bastante larga de los peligros a los que se enfrentan los alumnos de la ya mencionada escuela de magia y hechicería (trolls, perros de tres cabezas, profesoras regordetas y torturadoras), insistiendo en lo mucho que se han visto perjudicados varios de los egresados de dicha alma máter. La Cámara Baja de Gobierno (CBG) pasó entonces a reestructurar el caso y lo hizo con base en un aspecto que parecía haber sido relegado, hasta cierto punto, por la CAG: el criterio del padre de familia que tomará la decisión. En este caso, la CBG ponderó los riesgos a los que se enfrentaban los alumnos, no de forma abstracto (es decir, qué tan mala o buena era la institución educativa en sí misma), sino teniendo en cuenta aquello que un buen padre debe tener en cuenta en el momento decisivo de escoger la institución en la que su hijo habrá de pasar los siguientes siete años de su vida (en caso de que estuviera vivo al final de cada año), los costos y los beneficios, los riesgos y las ventajas de ser un egresado de Hogwarts. La Cámara Baja de la Oposición (CBO), además de una muy buena labor refutativa (señalando, por ejemplo, la falacia de tradición que implica asumir que las instituciones educativas más antiguas son en consecuencia las mejores), supo jugar en ese mismo terreno y opuso en el juego de costos beneficios muchos de los riesgos planteados por la CAO con los criterios impuestos tácitamente por la CBG.
El problema entonces para justificar la victoria de la CBO, el segundo lugar de la CBG y el tercer lugar para la CAO (con el consecuente cuarto lugar para la CAG, para los despistados) radicaba en explicar por qué se hacía necesaria desde un inicio la ponderación de los costos y beneficios de la decisión, con el criterio paterno como pauta fundamental de evaluación. Para exponerlo de forma más simple, la CAO dejó muy en claro los aspectos negativos de asistir a la escuela, pero al no oponerle a estos ningún aspecto positivo no existía un estándar claro con el que se pudiera dimensionar la magnitud de los mismos. Y aunque eventualmente esto pueda llegar a simplificarse como un asunto filosófico/religioso muy elemental (no hay luz sin oscuridad, todo ying tiene su yang o algo así), trataré de razonarlo de una forma un poco menos abstracta.
Si el debate hubiera sido, por ejemplo, “EC, siendo un padre de familia, enviaría a su hijo al ejército”, se esperaría de una CAO aceptable no solo que mencionara los problemas del ejército (el riesgo a la vida, la subordinación a la autoridad y la pérdida de libertad consiguiente, la posibilidad de herir a otro ser humano) sino que reconociera algunas de las ventajas que esta profesión trae, si bien minimizándolas en la ponderación. Así, a la estabilidad laboral que otorga el medio castrense se le podría enfrentar el costo de oportunidad que implica no trabajar en lo que se desea en una de las épocas más productivas de la vida; a la “defensa de la patria” el valor de la vida propia y ajena; a la disciplina que allí se obtiene la posibilidad de adquirir la misma por otros medios. Sin embargo, si solo se enumeraran los problemas de la institución, habría un sentimiento de desbalance en el ejercicio argumental. ¿Podría ganar esta bancada? Claro que sí, pero solo si sus oponentes son menos astutos al identificar y plantear el debate.
Y es que para comparar se necesita un patrón o un estándar oponible que dé una idea de la dimensión relativa de aquello por lo que abogamos o contra lo que denostamos, de tal forma que, en el momento de tomar una decisión –y en el debate Parlamentario Británico (BP) esa es una de las labores fundamentales del juez– se tengan elementos de juicio suficientes para garantizar la mejor elección. Como recomendación personal, diría que en este punto quizá sea la ciencia económica una de las herramientas más útiles para aproximarse a dicho concepto, sin que ello implique que sea la única ni la mejor forma de aproximarse a este concepto. Con respecto a lo anterior, introduciré el término “precio relativo”, que en la microeconomía se refiere a:
(…) aquel precio de un bien que está expresado en términos de otro bien. Matemáticamente hablando, un precio relativo es también un coste de oportunidad, pues expresa el número de unidades de un bien a las que hay que renunciar para consumir una unidad adicional de otro bien. En general, el concepto de coste de oportunidad, y por tanto el de precio relativo, es básico, porque la economía en conjunto estudia la escasez de recursos frente a la posibilidad de utilizarlos de diversa manera, por lo que cada decisión económica lleva implícita el cálculo del coste de oportunidad que conlleva[1].
Este criterio de evaluación de utilidad sirve, en el caso de la moción, para establecer el costo de oportunidad que implica permitir que mi hijo asista a la escuela de magia en lugar de asistir a una escuela normal, costo que se puede evaluar con base en distintos parámetros (costo económico, en bienestar, habilidades adquiridas y tiempo invertido, por nombrar algunos). Ello bien podría sumarse a una matriz de riesgos que evalúe factores como el ataque de un señor oscuro o de un troll (estimando los factores de riesgo, su probabilidad de ocurrencia y la gravedad del evento), de tal forma que se tenga en cuenta para la toma de decisión final. Lo importante es tener criterios claros para la ponderación.
Con todo lo anterior no pretendo decir que toda moción similar a la propuesta deba abordarse de esta forma, sino esclarecer las razones por las cuales la CBO obtuvo la ventaja (razones que pueden extrapolarse, espero, a otros debates). En ese debate en particular la CAO dio los datos que dejaron claro lo negativo que es estudiar en Hogwarts, la CAG y la CBG dieron los datos positivos y la CBO tomó ambos, los comparó con criterios claros (a su favor claramente) y los presentó de tal forma que el panel de jueces pudiera entender cómo el padre tomaría la decisión. Quizá Harry Potter sí estaba mejor con sus tíos, la clave está en el criterio que se use para determinarlo.
[1] BLASCO, BEGOÑA. Precio Relativo. Diario Expansión. Disponible en: http://www.expansion.com/diccionario-economico/precio-relativo.html
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