ECCQ MENTIR ES UN ARTE
- Andrés Sastoque
- 16 dic 2016
- 9 Min. de lectura

Es Homero, más que ningún otro hombre, quien le ha enseñado a los demás poetas el arte de mentir con habilidad. Su secreto yace en una falacia: asumiendo que si una cosa es, o llega a ser, asimismo otra será, o llegará a serlo, también los hombres imaginan que si la segunda ya es, la primera de igual forma es o llegará a serlo. Pero este es un error, puesto que al conocer la verdad del consecuente somos llevados en nuestra mente a la falsa inferencia de la verdad del antecedente. Hay un ejemplo de esto en la escena del baño en La Odisea. En ese sentido, el poeta ha de preferir lo falso verosímil antes que lo verdadero inverosímil.
Aristóteles. Poética. XXIV.
Hace una semana, en el marco del Torneo Nacional de Debate celebrado en Tunja, di una pequeña charla sobre narración (o storytelling) y debate competitivo, particularmente en relación con el formato de debate parlamentario británico (o BP por sus siglas en inglés) que es el formato estándar en el que se disputan las competencias de debate universitario, entre las que se incluye dicho torneo. Los temas a tratar no fueron particularmente polémicos (la historia como un vehículo de ideas, estructuras narrativas, concreción y verosimilitud) y la audiencia resultó bastante receptiva, si bien algo pasiva; sin embargo, en un punto, ya casi al final de la charla, alguien levantó la mano para discrepar conmigo. Acababa yo de decir que a diferencia de otros formatos de debate, como el formato Karl Popper o el formato académico, en el parlamento británico no está prohibido traer información falsa, es decir, mentir, y que si bien yo no lo recomendaba como una regla, para mí era una más de las posibilidades a las que podían recurrir los debatientes en su intento por ganar. Fue en ese momento que se alzó la mano y llegaron a mí dos preguntas –preguntas que también yo me he hecho– con respecto a las implicaciones de esa posibilidad: ¿no es éticamente reprobable mentir en un debate?, ¿no otorga una ventaja injusta a quien decide hacerlo?
Para mí la respuesta en ambos casos es que no. Pero no es tan sencillo, porque las preguntas así formuladas parecen más severas de lo que en realidad son. Con respecto a la primera, sobre si es reprobable o no mentir en un debate, debo aclarar que mi respuesta no se aplica a cualquier debate, en abstracto, sino específicamente al formato BP. Y es que el parlamento británico tiene unos criterios muy claros de adjudicación que en mi opinión no solo no prohíben la mentira sino que hasta cierto punto la exhortan. Según el reglamento del último Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español (CMUDE) celebrado en Córdoba, España, (reglamento que se basa a su vez en las reglas del World Universities Debating Championship) el contenido del discurso del orador debe ser “relevante, lógico y coherente” –jamás mencionando el criterio de veracidad o algo remotamente similar– mientras que “los argumentos deben desarrollarse de manera lógica para que sean claros, bien razonados y, por ende, plausibles”[1]. Si se entiende que la plausibilidad se basa en la aceptabilidad[2], y aceptar, en su significado pertinente para el tema en cuestión, es “aprobar, dar por bueno, acceder a algo”[3], se tiene que una discusión sobre la verdad no entra en juego en ningún momento como criterio de adjudicación, pues en últimas lo que se aprueba o se da por bueno no se basa en la verdad, necesariamente, sino en una suposición o en una consideración, pues así como algo verdadero puede ser inaceptable, algo falso puede resultar perfectamente aceptable. El caso de la cabeza de la Estatua de la Libertad en la película Cloverfield de 2008 (ejemplo trillado para quienes han asistido a alguna de las charlas que he dado sobre narración) es el ejemplo perfecto de ello: en la película, un monstruo aterroriza a la ciudad de Nueva York, le arranca la cabeza al monumento y lo tira con fuerza hacia las calles de la ciudad. En la primera versión que se le mostró a un público de prueba, muchos afirmaron que la película era mediocre por su falta de realismo pues la cabeza de la Estatua de la Libertad era muy pequeña en comparación con la verdadera. En realidad, la cabeza era del tamaño exacto (5,26 metros) pero la percepción de la gente, sesgada por cientos de películas “mentirosas”, hacía que la escena resultara inaceptable. Finalmente, en aras de persuadir a su audiencia de que aquella era una película “realista” los productores decidieron ensanchar la cabeza (hasta unos 7 metros) y dejar satisfecho al público que acabó prefiriendo, como diría Aristóteles, una mentira verosímil antes que una verdad inverosímil.
Sin embargo, el punto fundamental para sustentar que el BP no restringe la mentira (e incluso que la promueve) se encuentra también en el mismo reglamento del CMUDE:
“El contenido presentado debe ser persuasivo. Los elementos del contenido deben ayudar al juez a evaluar qué tan persuasivo y creíble es el contenido presentado. El contenido debe ser evaluado desde el punto de vista de la persona razonable promedio. Los jueces deben analizar el contenido presentado y evaluar qué tan persuasivo es dejando de lado cualquier conocimiento especializado que puedan tener sobre el tema del debate”[4].
Aquí debo hablar de dos puntos. En primer lugar, la persuasión no está ligada inextricablemente con la verdad, y a menudo resulta más persuasiva una mentira aceptable que una verdad que no lo es. El fenómeno electoral de Donald Trump, el 'Brexit' y el No en el Plebiscito por la Paz en Colombia demuestran que las mentiras fueron más persuasivas que la verdad, porque persuadir es “inducir, mover, obligar a alguien con razones a creer o hacer algo”[5], no con verdades, sino con razones. Espero que este ejemplo no se tergiverse, pues no pretendo con ello decir que las mentiras dichas en campañas negras son iguales a las que se usan en el BP, pues la naturaleza de ambos ejercicios es sustancialmente diferente y el impacto en la vida de las personas en uno es directo (por ser política pública) y en el otro prácticamente nulo. El segundo punto tiene que ver con la perspectiva de una persona "racional promedio", la falta de conocimiento especializado y el criterio no escrito del juez como "tábula rasa" como factores de adjudicación en un debate de BP. Basándose en ello, los jueces no pueden en el momento de la deliberación desechar como falso nada que no haya sido explícitamente tachado como tal en el debate (y sustentado además), con lo que para bien o para mal la mentira no se tiene en cuenta, ni en el ser ni en el deber ser, como algo negativo, reprochable ni punible en el BP.
En lo que respecta a la segunda pregunta, si mentir no concede una desventaja injusta en el debate para un equipo, tengo para decir lo siguiente: si ambos equipos saben que en el mundo que se crea durante cincuenta y seis minutos (siete por cada uno de los ocho oradores) es permitido, lícito e incluso recomendable –dadas las circunstancias– mentir, aquel equipo que por cualquier razón que escapa a mi comprensión (porque "mentir es malo" no es suficiente para mí) opte por no hacerlo, debe saber que se está imponiendo a sí mismo una carga que lo pone en desventaja, por su voluntad y por cuestiones básicamente ajenas a lo racional. Además, quien miente en un debate no tiene asegurada la victoria al hacerlo: si miente descaradamente puede ser refutado por su contraparte, mientras que con inventar cifras, datos, autoridades o estudios no gana nada si no hay un nexo lógico y bien sustentado que convierta esa información inútil (desde las reglas del BP) en argumentos sólidos.
La razón fundamental para no escandalizarnos por la mentira y más bien aceptarla como parte del BP tiene que ver con la naturaleza misma del ejercicio: el objetivo del parlamento británico no es tomar decisiones de política pública con base en un trabajo deliberativo –como idealmente ocurre con los debates en el Congreso de la República o las campañas a cargos de elección popular– ni fortalecer la capacidad investigativa y expositiva de un equipo de trabajo –como sí lo es en los ya mencionados formatos Karl Popper y académico– sino persuadir a un grupo de jueces de que la postura que está defendiendo un equipo, mi equipo, es la mejor. Mentir en una campaña política afecta la confianza de los electores y daña el ejercicio electoral, mentir en el Congreso de la República (como lo hace hoy la senadora Viviane Morales en el parlamento colombiano al usar estudios fraudulentos para oponerse a la adopción por parejas del mismo sexo y madres solteras) enturbia los debates que deberían tener en cuenta los mejores argumentos para tomar las decisiones que afectan a todo un país, mentir en un examen es negar el esfuerzo invertido en estudiar y prestar atención en clases (aun cuando creo que la evaluación por exámenes tampoco es el instrumento idóneo para calificar), mentir en una cita médica puede acabar afectando nuestra salud y la de los demás, mentir en el debate Karl Popper afecta a quienes usaron los meses de preparación buscando información, asegurando sus fuentes y gastaron mucho de su tiempo y su esfuerzo para acabar derrotados por alguien que se inventó unas estadísticas la mañana misma del debate (si bien en Karl Popper la mentira comprobada se castiga fuertemente)... sin embargo, mentir en el póquer o en el BP –y me van a crucificar por esa comparación– no afecta a nadie realmente principalmente porque está permitido, los jueces no pueden hacer nada al respecto y todos están en las mismas condiciones para hacerlo. En ninguno de los dos (póquer y BP) mentir es una regla ni es indispensable, pero puede hacer la diferencia entre ganar y perder y muchos de los mejores jugadores lo hacen. Yo mismo lo he hecho cuando he tenido que preparar un debate sobre un tema muy específico (como la política antidrogas de Rodrigo Duterte en Filipinas, por ejemplo) y no tengo absolutamente nada de información verdadera en la cabeza. En ese sentido, y aquí es donde me ganaré el odio de todos mis compañeros debatientes, el parlamento británico no es un asunto realmente serio, es solo un juego –un juego muy complejo y demandante, pero un juego al fin y al cabo– en el que, si estamos de acuerdo en lo fundamental podemos divertirnos sin que nadie se vea afectado.
Según supe aquella persona que discrepó conmigo (y estaba en todo su derecho de hacerlo) me acusó ante un representante de su institución que a su vez elevó una queja sobre mí ante los organizadores del Torneo por promover algo que era "poco pedagógico". En principio no creo que enseñar a mentir sea algo poco pedagógico, de hecho es una habilidad fundamental que puede ser muy útil en ciertas circunstancias (¿negociación de rehenes quizá?), pero también es útil como forma de fomentar el razonamiento crítico en los ciudadanos; invita a cuestionar todo lo humano en tanto que es susceptible de ser una mentira y a desconfiar de aquello que no tiene una fuente confiable, legítima y razonable (como es todo el ejercicio de BP). Sin embargo, creo que parte del problema radica en que en Colombia, y en muchas partes del mundo, hay personas y fundaciones enteras que viven de mostrar al debate, y en particular al Parlamento Británico, como una mezcla de la Piedra Filosofal y el Santo Grial: puede acabar guerras, rehabilitar presos, salvar niños moribundos y acabar con la pobreza. Y creo que son aquellos que se lucran de esta actividad –a la vez que la muestran como lo más noble que ha dado el ser humano en sus cien o doscientos mil años de historia– quienes se escandalizan porque algo que ellos consideran poco ético (injustificadamente, repito) se inmiscuya en el producto que tienen que vender, porque sus clientes, que son a su vez otras fundaciones, instituciones educativas o funcionarios públicos quizá no tengan el tiempo o la voluntad para entender que la mentira puede ser parte del juego.
Como colofón quiero decir que en últimas la mentira hace al BP más cercano a la literatura, y al arte en general, que a la ciencia. No son los detalles de algo lo que verdaderamente importa, no es lo verdadero lo que nos sorprende o nos estremece, sino lo creíble, lo que sentimos como real aunque no lo sea. Mario Vargas Llosa en la introducción a su libro La verdad de las mentiras habla de las novelas pero podría estar hablando del debate:
Para el periodismo o la historia la verdad depende del cotejo entre lo escrito y la realidad que lo inspira. A más cercanía, más verdad, y, a más distancia, más mentira. Decir que la Historia de la Revolución Francesa, de Michelet, o la Historia de la Conquista del Perú, de Prescott, son «novelescas» es vejarlas, insinuar que carecen de seriedad. En cambio, documentar los errores históricos de La guerra y la paz sobre las guerras napoleónicas sería una pérdida de tiempo: la verdad de la novela no depende de eso. ¿De qué, entonces? De su propia capacidad de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente. Porque «decir la verdad» para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión y «mentir» ser incapaz de lograr esa superchería [6].
Mentir, al igual que debatir, es un arte.
REFERENCIAS
[1] Reglamento del Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español (CMUDE). Parte 3 – El contenido. 3.2.1 y 3.2.3. Disponible en: http://www.uco.es/cmude2016/wp-content/uploads/2016/05/DOC-20160511-WA0000.pdf
[2] “Plausible. 2. adj. Atendible, admisible o recomendable. Hubo para ello motivos plausibles”. Real Academia Española. Disponible en: http://dle.rae.es/?id=TNa5nXF
[3]Real Academia Española. Disponible en: http://dle.rae.es/?id=0NYmQ7a
[4] Reglamento del Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español (CMUDE). 3.3.1 y 3.3.2.
[5] Real Academia Española. Disponible en: http://dle.rae.es/?id=SkN2E1W
[6] Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Alfaguara. Bogotá, 2007. Página 7.
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